domingo, 28 de junio de 2009

El Canto del Retorno




Te propongo un trato…una suerte de juego. Cada palabra y cada sonido que ella te produzca tiene el toque mágico que quieras otorgarle…solo si tú así lo deseas.

Todos los ancianos del pueblo decían que era la noche más lluviosa que habían visto sus cansados ojos. Muchos de ellos no podían contener su asombro o quizá temor, temblaban y lloraban. La más anciana del pueblo mostraba una tranquilidad inquietante, interrumpida por las únicas palabras que salían de sus labios: “ha vuelto…ha vuelto a casa”.

—¿Quién ha vuelto, abuelita?, preguntó el menor de sus nietos. ¿Es la lluvia, no? La lluvia ha vuelto, sí, pero ¿por qué están así todos? ¿algo malo va a pasar?

— No es la lluvia quien ha vuelto y…no es nada malo…nunca lo fue, murmuró la anciana.

Todos los pobladores buscaron abrigo y refugio en sus casas mientras la lluvia no cesaba de caer, cada vez con más fuerza. Muchos temieron que el pueblo desapareciera bajo las aguas. Solo la anciana y su joven nieto permanecían en la plaza. El niño jugaba con la lluvia, levantaba la mirada, le producía cosquillas por todo el rostro, corría en círculos alrededor de la fuente, daba enormes saltos en los charcos que se iban formando, jugaba con el lodo, formaba pequeños hombrecitos de barro.

—Mira abuelita, tengo mi pequeño ejército de hombres. Soy el general y ellos mis soldados. Formaré una nación, solo yo gobernaré y los demás tendrán que obedecer, harán lo que yo les diga, sí. Solo me falta hacer andar a mi ejército. ¿Sabes cómo puedo hacerlo? Tú sabes muchas cosas. Por favor, dime cómo dar vida a mi ejército. Quiero gobernar una nación que haga lo que yo le diga.

La anciana parecía mirar al vacío. Sus ojos estaban fijos en los límites del pueblo, mientras la humedad de sus ropas mostraba el paso de los años por su debilitado cuerpo.

—Abuelita, dime cómo dar vida a mi ejército…a mi nación…tú sabes muchas cosas, insistía el niño.

La lluvia no cesaba, las nubes parecían bajar hasta el pueblo. Parecía que esa noche fuese a tragarse a todos. De pronto, se empezó a dibujar una sonrisa en la mirada de la anciana, su cuerpo parecía recuperar esa vitalidad de niña. Y le dijo a su nieto:

—Hubo un tiempo donde la noche cantaba melodías para que nosotros durmieramos. Las estrellas brillaban para velar nuestros sueños. Hubo un tiempo donde los árboles caminaban por el pueblo, alimentándonos, dándonos abrigo, donde el hombre era la creación más querida de la naturaleza. Todo lo que deseabas se lograba con solo decirlo, con solo cantarlo. Nuestros corazones latían al ritmo del canto de las aves por la mañana y descansaban con el susurro de la luna. Pero un día, una niña llegó a este pueblo. Tenía la misma edad que tienes, estaba muy delgada. Le dieron de comer y la vistieron con las ropas que la naturaleza nos daba. Con el pasar de los días, se fue haciendo más fuerte y los ancianos del pueblo decidieron enseñarle la comunicación con la naturaleza. Todo lo que necesitas y desees lo tendrás con solo cantarle al día o la noche, pero solo pide aquello que te diga el corazón. No pidas más de lo que necesites ni menos de lo que mereces…solo obedece a tu corazón, le advirtieron. Para la niña, al descubrir el poder de las palabras fueron como descubrir otro mundo…un mundo lleno de posibilidades. Sin embargo, poco a poco su voluntad fue tornándose más egoísta y sus palabras no reflejaban lo que dictaba su corazón. Un día, cansada de pedir cosas que no parecían satisfacerla, le cantó a la naturaleza ser su reina. De pronto, el día se tornó en noche, las hojas de los árboles se secaron y caían produciendo un sonido similar al llanto de los niños, la estrellas se apagaron y entonces la luna pronunció estas palabras:

—Les dimos todo, les enseñamos a vivir en armonía con nosotros. Les dábamos todo lo que necesitaban, pero esta niña pide más de lo que necesita. Ya no habla con el corazón sino con el deseo.

La luna entonces empezó a llorar con una fuerza que sus lágrimas convertían las plantaciones en desechos estériles. La niña al darse cuenta de su error comenzó a correr y desapareció por los límites del pueblo. Fue la primera y última vez que vi a mi madre. En su afán por ser la gobernante de un reino me hizo del lodo que se formó con el llanto de la luna. Fue la última vez que el hombre pudo hablar con la naturaleza. Por más que trataba, no podía recordar ese antiguo canto…desde ese entonces, ha pasado mucho tiempo…mucho…y ahora, ha vuelto.

El niño, asombrado por la revelación de su abuela, dejó de crear hombrecitos de lodo al entender muchas cosas. Entendió por qué le gustaba el olor a tierra húmeda, entendió por qué su abuelita nunca le habló de su madre, entendió por qué le gustaba dormir sobre el pecho de su abuelita y sentir su aroma, entendió por qué no le temía a las lluvias, pero también entendió el origen, el verdadero origen de las palabras, entendió que las palabras, las verdaderas provienen de algo más profundo que nuestros impulsos o deseos, entendió que las palabras se forman en el corazón. Caminó hacia su pequeño ejército y empezó a darle formas cada vez más definidas. Su ejército de soldados se había convertido en un ejército de árboles. Miró a su abuelita y le preguntó:

—¿Cómo era el canto?

—Solo cierra tus ojos, respira el aroma de la noche y tu corazón te lo dirá, respondió su abuelita con una sonrisa de satisfacción.

El niño empezó a cantarle a la lluvia, a las nubes y a la tierra. Su pequeño ejército de árboles creció hasta tocar las nubes, que poco a poco iban alejándose para dar paso a la profundidad de una noche oscura. Cada vez, el niño cantaba más y más fuerte. Los árboles presentaban un verdor distinto y un aroma que atrajo a todos los pobladores a la plaza. La lluvia había desaparecido junto con las nubes y el manto de lo noche empezó a envolver a los pobladores con una sensación de cálida serenidad.

—¡Miren, las estrellas están brillando nuevamente!, gritó la anciana. ¡La luna!...¡la luna!...¡Está cantando nuevamente!

Nadie podía creer lo que estaba pasando ante sus ojos. Todo lo que sus antepasados les habían transmitido de generación en generación estaba ocurriendo frente a ellos. El niño dejó de cantar y empezó a dar saltos por toda la plaza.

—Gracias, Madre…gracias por volver, susurró la anciana en el momento que una estrella fugaz recorría el firmamento para perderse en esa región inhóspita de la luna que tiene forma de conejo.

sábado, 27 de junio de 2009

la niña y la perla




Te propongo un trato…una suerte de juego. Cada palabra y cada sonido que ella te produzca tiene el toque mágico que quieras otorgarle…solo si tú así lo deseas.


Un día, preguntándose si los árboles enormes del bosque no eran sino viejos gruñones, la niña encontró una perla de un brillo particular entre las raíces de uno de ellos. ¿Será de la Tierra o quizá de algún otro lugar?, se preguntó con sorpresa. Esta perla tenía la particularidad de hacer que las cosas cambien de color.

Cada día, la niña se despertaba muy temprano, tomaba su desayuno, cogía unas peras de la cocina y salía directo al bosque con nada más que su pequeña libreta en la que dibujaba las flores que veía y los diminutos seres que alegraban esos momentos. La perla la tenía dentro de una bolsita de seda que su abuelita le hizo para que guardase, como ella le dijo, “aquellos tesoros que nos da la vida”. Así, armada con lo necesario para disfrutar una mañana de sol, se entregaba a ver la naturaleza a través de la perla. Esos enormes ojos negros, que armonizaban con su indeciso pelo ondulado (para su molestia), descubrían y se fascinaban con la maravilla de la creación. La perla le mostraba colores que jamás había imaginado., formas con las que nunca soñó.

A veces se sentaba en medio del bosque, sacaba su libreta e intentaba dibujar el mundo que le mostraba la perla. Sus ingenuos dedos trataban reproducir lo que había visto, sus crayones trataban combinaciones insólitos, su respiración se hacía más intensa. Sin embargo, ninguno de los dibujos lograba satisfacerla…aun cuando estos eran muy cercanos a las imágenes que tenía en su mente, de alguna extraña forma, no lograban hacerle vivir la misma sensación.

A pesar de nunca lograr la reproducción perfecta, la niña del misterioso cabello ondulado mantenía la misma mirada serena y esa sonrisita que parecía pedir permiso. Un día, caminando por el bosque, tropezó con una ramita seca y delgada. La perla que tenía en sus manos se le fue deslizando lentamente hasta caer suavemente en una laguna que ella jamás había visto. La niña de sonrisa plena comenzó a llorar y lamentaba su poca suerte. “Jamás volveré a ver las cosas con tanta magia, con tanta vitalidad y ternura”, se decía mientras sus lagrimas comenzaban a crear pequeños hoyos en la tierra. De pronto, la laguna que parecía haberle quitado su más preciado tesoro empezó a cambiar de apariencia. Esta laguna formaba pequeñas olas y cada una de ellas presentaba un color distinto: ¡los colores que veía la niña con la perla! Sus lágrimas habían formado pequeños orificios en la tierra, que se asemejaban a la laguna.

Una tortuga que había estado disfrutando de los placeres del sol y las delicias de la laguna se acercó lentamente a la niña y le dijo: “No tienes por qué llorar, puedes haber perdido la perla pero no has perdido lo que ella te mostró. Lo único que tienes que hacer es cerrar tus ojos y verás que los colores y las formas siguen ahí intactas. Nunca lo perderás mientras lo guardes en tu alma. Siempre podrás ver la naturaleza y las cosas de una manera mágica…solo si así lo deseas”. La niña dejó de llorar y intentó acariciar a la tortuga pero esta se convirtió en una hermosa y colorida boa que se introdujo en las profundidades de la laguna. “Nunca pierdas la magia que tienes y siempre tuviste en tus ojos”, le dijo la traviesa boa.
La niña, con una sensación de calma y armonía que le daba la laguna, comprendió el real significado de las palabras de la tortuga-boa. Caminó hacia la laguna, se sacó sus tan coquetas balerinas punkies, y dejó llevarse por las delicadas olas. Su cuerpo se baño con esos colores que tanto deseaba. Llegó a la orilla y sacó su libreta, cogió sus crayones, los sumergió en la laguna y usó los orificios que había formado sus lágrimas como paletas donde colocaba sus crayones…se sentó a mirar la frondosa vegetación, esa invitación a ser parte de ella, suspiró y empezó a dibujar con los colores que le regalaba la laguna…

Jamás una sonrisa logró iluminar tanto las mañanas desde aquel entonces.