jueves, 22 de mayo de 2008

Rubber ring

... So when you're dancing and laughing
and finally living:
hear my voice in your head and think of me kindly.


lunes, 19 de mayo de 2008

Lucky Day

Lucky Day
Por: Diego N

─¿Qué edad crees? ─le respondió con sarcasmo, mientras trataba de recuperar la seguridad acariciándose el cabello con sus delgadas manos que a Él tanto le fascinaban.
─¿Deseas tomar algo?... ¿vino?... ¿whisky?... ¿ron? ─le sugirió con su antiguo tono sentimental de años atrás de joven playboy.
─...
─Estás molesta, lo sé. Créeme, es más difícil para mí que para ti.
─...
─Tarde o temprano tendrás que decirme algo.
─Estoy cansada.
─Yo también pero no tenemos salida.
─Cierto ─dijo después de amagar una sonrisa, mientras Él encendía su primer Lucky de la noche. Lentamente, el humo aprisionaba sus formas jugando caprichosamente con ellas. Como en un sueño, todo se transformaba en algo vago, irreal, desvanecedor y confuso. Él fumaba y ella se refugiaba en el silencio, mirando al vacío.
─¿Me permites una pitada? ─interrumpió ella.
─¿Cómo negártelo? ─le respondió complacientemente y le pasó el cigarrillo. Ella lo cogió y comenzó a fumar echando largas bocanadas. La manera altanera pero melancólica en que cogía el cigarrillo y lo aproximaba a sus labios le recordaba a esas actrices europeas de los cincuenta.
─Siempre supe que no eras una chica light, tú sabes. Eso del teatro y el atletismo es bueno... saludable… pero uno siempre esconde sus cositas... No, no, acábalo... creo que ese es tu problema… creo que ese fue tu problema… yo jamás escondí cositas... No es bueno creer ciegamente... te enseña a mentir.
Ella lo miraba fijamente. Aquellos ojos azules, que llevaron a muchos hombres a la locura, empezaron a humedecerse. Su rostro comenzaba a desdibujarse, a resquebrajarse.
─Tú no entiendes... tú no entiendes ─atinaba a balbucear ella. Él se ponía cada vez más impaciente y golpeaba la mesa con los dedos.
─¿Y de qué me sirve entenderte? ¡No me jodas!... Creo que deberíamos terminar pero aún tengo que darte… ¿cómo dicen?... ah… sí, lo recuerdo… un chance.
Ella se tranquilizó y retomó esa altivez que a Él tanto le agradaba.
Así estuvieron por varios minutos hasta que sonó su celular. Nerviosamente, con las manos sudándole como nunca antes había sucedido delante de ella, buscó por los bolsillos de su abrigo hasta que pudo coger el teléfono.
─Aló... sí... perfecto... entonces mañana... ¿ahora?... A las 9... ya, ya, ok... con apuesta, eh... ya, ya, nos vemos... chao.
Ella comenzó a llorar desesperadamente.
─Tú no entiendes... tú no entiendes... jamás lo harás... pedazo de mierda ─le increpó con una sensación de ira e impotencia que le hacía respirar con dificultad.
Volvió a meter las manos en los bolsillos de su abrigo. Esta vez se demoraba más y su celular no había sonado.

El disparo fue seco y directo al estómago. La cercanía hizo que ella, atada a la silla por los pies y espalda, cayese bruscamente. Él permaneció sentado, observando a su víctima retorcerse en el suelo, gritando de dolor y desangrándose fatalmente.
─Mira pues, la actriz y bailarina más talentosa, joven y bella del teatro limeño en el suelo, moviéndose como un gusano y llorando como una niña. A ver pues, ¿no que los actores pueden controlar sus emociones?

Poco a poco, el silencio volvía a apoderarse del lugar, interrumpiéndose por quejidos cada vez más breves y débiles. Él fumaba su segundo Lucky y ella, con la mirada fija en Él, se tomaba la herida por ambas manos.
─¿Por qué me miras así, amor?... ¿Estás dolida?... ¡Yo debería estarlo!... y no tú… ¿No te das cuenta? Esta es tu mejor actuación dramática. ¡Qué realismo, carajo! Pero definitivamente le falta algo... nos falta algo. Tenemos que musicalizar tu tragedia.
Él se retiró de la habitación tratando de no ensuciar sus zapatos con la sangre de ella.
A los pocos segundos, el lugar se envolvía suavemente por la voz de Edith Piaf cantando Ne me quitte pas. Ella la reconoció de inmediato. Recordó entonces la primera vez que la escuchó; el temblor que sentía cuando apenas se aproximaba por primera vez al escenario en sus tempranos quince años; sus primeros sueños de actriz, de fama y felicidad; la tensión de sus primeros movimientos al compás de los gritos de su profesora de danza moderna; cómo sentía que su corazón fuese a estallar; esa sensación indefinida de emoción y pánico. Pudo revivir cada minuto, cada segundo de ese primer momento, cómo le quedaron doliendo las rodillas después de esa primera sesión. La sensación de querer desvanecerse en esa primera noche afuera del teatro: la primera vez que se sintió terriblemente sola. Las imágenes se le iban haciendo más dispersas por más que ella intentaba aferrarse a una. Las imágenes se perdían en una profunda oscuridad. Solo entonces empezó a sentir frío. Ahora recordaba su primera gran actuación, sus primeras lágrimas de dolor y dicha, la primera gran ovación que recibió y las ganas enormes que sentía de que nunca se cerrara el telón. Todo se hacía oscuro y frío. El telón se estaba cerrando nuevamente. Ya no podía ver nada. Solo sentía levemente esa ovación de aquella su primera gran función.

La canción había terminado. Él volvió a la habitación. Ella ya no lo miraba con el odio de hace unos instantes. Ella ya no miraba a nadie, pero Él sabía que nada sería como antes. Aquellos ojos, que lo cautivaron desde la primera vez que le enseñaron una foto suya en su primer gran éxito Lady in blue, se habían cerrado para siempre. Recordó cómo luchó para convencerlos de que Él era el indicado; cómo leyó cada reseña de ella publicada en los periódicos; cómo cambió esas interminables noches de farra insufrible por las extrañamente hechizantes presentaciones de ella. Recordó cómo pasaba inacabables madrugadas en su departamento cantándole a la foto de ella después de cada función. Recordó la noche en que los presentaron, esa indiferencia asesina que terminó por atraparlo quizá para siempre. Recordó el primer beso, la manera tímida y después diabólica que tenía de tocar sus labios. (El teléfono empezó a sonar) Recordó la primera vez en que sintió morir la muerte más deliciosa de su vida sobre sus tersos senos desnudos. (El teléfono vuelve a sonar) Recordó cómo le dijo que lo amaba más que a su propia vida. (El teléfono suena por tercera vez) Entonces también recordó el terror que invadió su ser cuando le comunicaron el cambio de planes. Recordó cómo ella se hacía paulatinamente más distante. Recordó la noche que la encontró en un bar barranquino conversando con un tipo alto y gordo. Recordó cómo se puso nerviosa al verlo, la mirada de insoportable autosuficiencia del tipo, las ganas que sintió de romperle la cara, las súplicas de ella para llevarlo a otra parte. Recordó la forma fría en que ella terminó con Él, las palabras, los gestos y el tono de su voz. Todo parecía haber sido metódicamente calculado. Recordó el último comunicado que recibió de ellos para apresurar lo decidido.

La puerta se abrió repentinamente. La luz blanquecina proveniente del pasillo lo encegueció por unos segundos. Una figura pequeña y delgada comenzaba a hacerse más perceptible.
─Mayor, los muchachos ya terminaron con el trabajito. Usted decide: bajo tierra, abonito para las plantas, o la fogatita. Lo malo es que, como dicen, donde hubo fuego cenizas quedan, ja.
Él no respondió. Su teléfono sonaba. Metió la mano al bolsillo de su abrigo pero no sacó su celular. Cogió el último cigarrillo que le quedaba en la cajetilla y lo encendió. Era su tercer Lucky, pero esta vez no se sentía tan afortunado. Quizá me amó, pensó. Quizá la amaba. Sus manos le temblaban y empezó a llorar.