sábado, 27 de junio de 2009

la niña y la perla




Te propongo un trato…una suerte de juego. Cada palabra y cada sonido que ella te produzca tiene el toque mágico que quieras otorgarle…solo si tú así lo deseas.


Un día, preguntándose si los árboles enormes del bosque no eran sino viejos gruñones, la niña encontró una perla de un brillo particular entre las raíces de uno de ellos. ¿Será de la Tierra o quizá de algún otro lugar?, se preguntó con sorpresa. Esta perla tenía la particularidad de hacer que las cosas cambien de color.

Cada día, la niña se despertaba muy temprano, tomaba su desayuno, cogía unas peras de la cocina y salía directo al bosque con nada más que su pequeña libreta en la que dibujaba las flores que veía y los diminutos seres que alegraban esos momentos. La perla la tenía dentro de una bolsita de seda que su abuelita le hizo para que guardase, como ella le dijo, “aquellos tesoros que nos da la vida”. Así, armada con lo necesario para disfrutar una mañana de sol, se entregaba a ver la naturaleza a través de la perla. Esos enormes ojos negros, que armonizaban con su indeciso pelo ondulado (para su molestia), descubrían y se fascinaban con la maravilla de la creación. La perla le mostraba colores que jamás había imaginado., formas con las que nunca soñó.

A veces se sentaba en medio del bosque, sacaba su libreta e intentaba dibujar el mundo que le mostraba la perla. Sus ingenuos dedos trataban reproducir lo que había visto, sus crayones trataban combinaciones insólitos, su respiración se hacía más intensa. Sin embargo, ninguno de los dibujos lograba satisfacerla…aun cuando estos eran muy cercanos a las imágenes que tenía en su mente, de alguna extraña forma, no lograban hacerle vivir la misma sensación.

A pesar de nunca lograr la reproducción perfecta, la niña del misterioso cabello ondulado mantenía la misma mirada serena y esa sonrisita que parecía pedir permiso. Un día, caminando por el bosque, tropezó con una ramita seca y delgada. La perla que tenía en sus manos se le fue deslizando lentamente hasta caer suavemente en una laguna que ella jamás había visto. La niña de sonrisa plena comenzó a llorar y lamentaba su poca suerte. “Jamás volveré a ver las cosas con tanta magia, con tanta vitalidad y ternura”, se decía mientras sus lagrimas comenzaban a crear pequeños hoyos en la tierra. De pronto, la laguna que parecía haberle quitado su más preciado tesoro empezó a cambiar de apariencia. Esta laguna formaba pequeñas olas y cada una de ellas presentaba un color distinto: ¡los colores que veía la niña con la perla! Sus lágrimas habían formado pequeños orificios en la tierra, que se asemejaban a la laguna.

Una tortuga que había estado disfrutando de los placeres del sol y las delicias de la laguna se acercó lentamente a la niña y le dijo: “No tienes por qué llorar, puedes haber perdido la perla pero no has perdido lo que ella te mostró. Lo único que tienes que hacer es cerrar tus ojos y verás que los colores y las formas siguen ahí intactas. Nunca lo perderás mientras lo guardes en tu alma. Siempre podrás ver la naturaleza y las cosas de una manera mágica…solo si así lo deseas”. La niña dejó de llorar y intentó acariciar a la tortuga pero esta se convirtió en una hermosa y colorida boa que se introdujo en las profundidades de la laguna. “Nunca pierdas la magia que tienes y siempre tuviste en tus ojos”, le dijo la traviesa boa.
La niña, con una sensación de calma y armonía que le daba la laguna, comprendió el real significado de las palabras de la tortuga-boa. Caminó hacia la laguna, se sacó sus tan coquetas balerinas punkies, y dejó llevarse por las delicadas olas. Su cuerpo se baño con esos colores que tanto deseaba. Llegó a la orilla y sacó su libreta, cogió sus crayones, los sumergió en la laguna y usó los orificios que había formado sus lágrimas como paletas donde colocaba sus crayones…se sentó a mirar la frondosa vegetación, esa invitación a ser parte de ella, suspiró y empezó a dibujar con los colores que le regalaba la laguna…

Jamás una sonrisa logró iluminar tanto las mañanas desde aquel entonces.

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