
Te propongo un trato…una suerte de juego. Cada palabra y cada sonido que ella te produzca tiene el toque mágico que quieras otorgarle…solo si tú así lo deseas.
Todos los ancianos del pueblo decían que era la noche más lluviosa que habían visto sus cansados ojos. Muchos de ellos no podían contener su asombro o quizá temor, temblaban y lloraban. La más anciana del pueblo mostraba una tranquilidad inquietante, interrumpida por las únicas palabras que salían de sus labios: “ha vuelto…ha vuelto a casa”.
—¿Quién ha vuelto, abuelita?, preguntó el menor de sus nietos. ¿Es la lluvia, no? La lluvia ha vuelto, sí, pero ¿por qué están así todos? ¿algo malo va a pasar?
— No es la lluvia quien ha vuelto y…no es nada malo…nunca lo fue, murmuró la anciana.
Todos los pobladores buscaron abrigo y refugio en sus casas mientras la lluvia no cesaba de caer, cada vez con más fuerza. Muchos temieron que el pueblo desapareciera bajo las aguas. Solo la anciana y su joven nieto permanecían en la plaza. El niño jugaba con la lluvia, levantaba la mirada, le producía cosquillas por todo el rostro, corría en círculos alrededor de la fuente, daba enormes saltos en los charcos que se iban formando, jugaba con el lodo, formaba pequeños hombrecitos de barro.
—Mira abuelita, tengo mi pequeño ejército de hombres. Soy el general y ellos mis soldados. Formaré una nación, solo yo gobernaré y los demás tendrán que obedecer, harán lo que yo les diga, sí. Solo me falta hacer andar a mi ejército. ¿Sabes cómo puedo hacerlo? Tú sabes muchas cosas. Por favor, dime cómo dar vida a mi ejército. Quiero gobernar una nación que haga lo que yo le diga.
La anciana parecía mirar al vacío. Sus ojos estaban fijos en los límites del pueblo, mientras la humedad de sus ropas mostraba el paso de los años por su debilitado cuerpo.
—Abuelita, dime cómo dar vida a mi ejército…a mi nación…tú sabes muchas cosas, insistía el niño.
La lluvia no cesaba, las nubes parecían bajar hasta el pueblo. Parecía que esa noche fuese a tragarse a todos. De pronto, se empezó a dibujar una sonrisa en la mirada de la anciana, su cuerpo parecía recuperar esa vitalidad de niña. Y le dijo a su nieto:
—Hubo un tiempo donde la noche cantaba melodías para que nosotros durmieramos. Las estrellas brillaban para velar nuestros sueños. Hubo un tiempo donde los árboles caminaban por el pueblo, alimentándonos, dándonos abrigo, donde el hombre era la creación más querida de la naturaleza. Todo lo que deseabas se lograba con solo decirlo, con solo cantarlo. Nuestros corazones latían al ritmo del canto de las aves por la mañana y descansaban con el susurro de la luna. Pero un día, una niña llegó a este pueblo. Tenía la misma edad que tienes, estaba muy delgada. Le dieron de comer y la vistieron con las ropas que la naturaleza nos daba. Con el pasar de los días, se fue haciendo más fuerte y los ancianos del pueblo decidieron enseñarle la comunicación con la naturaleza. Todo lo que necesitas y desees lo tendrás con solo cantarle al día o la noche, pero solo pide aquello que te diga el corazón. No pidas más de lo que necesites ni menos de lo que mereces…solo obedece a tu corazón, le advirtieron. Para la niña, al descubrir el poder de las palabras fueron como descubrir otro mundo…un mundo lleno de posibilidades. Sin embargo, poco a poco su voluntad fue tornándose más egoísta y sus palabras no reflejaban lo que dictaba su corazón. Un día, cansada de pedir cosas que no parecían satisfacerla, le cantó a la naturaleza ser su reina. De pronto, el día se tornó en noche, las hojas de los árboles se secaron y caían produciendo un sonido similar al llanto de los niños, la estrellas se apagaron y entonces la luna pronunció estas palabras:
—Les dimos todo, les enseñamos a vivir en armonía con nosotros. Les dábamos todo lo que necesitaban, pero esta niña pide más de lo que necesita. Ya no habla con el corazón sino con el deseo.
La luna entonces empezó a llorar con una fuerza que sus lágrimas convertían las plantaciones en desechos estériles. La niña al darse cuenta de su error comenzó a correr y desapareció por los límites del pueblo. Fue la primera y última vez que vi a mi madre. En su afán por ser la gobernante de un reino me hizo del lodo que se formó con el llanto de la luna. Fue la última vez que el hombre pudo hablar con la naturaleza. Por más que trataba, no podía recordar ese antiguo canto…desde ese entonces, ha pasado mucho tiempo…mucho…y ahora, ha vuelto.
El niño, asombrado por la revelación de su abuela, dejó de crear hombrecitos de lodo al entender muchas cosas. Entendió por qué le gustaba el olor a tierra húmeda, entendió por qué su abuelita nunca le habló de su madre, entendió por qué le gustaba dormir sobre el pecho de su abuelita y sentir su aroma, entendió por qué no le temía a las lluvias, pero también entendió el origen, el verdadero origen de las palabras, entendió que las palabras, las verdaderas provienen de algo más profundo que nuestros impulsos o deseos, entendió que las palabras se forman en el corazón. Caminó hacia su pequeño ejército y empezó a darle formas cada vez más definidas. Su ejército de soldados se había convertido en un ejército de árboles. Miró a su abuelita y le preguntó:
—¿Cómo era el canto?
—Solo cierra tus ojos, respira el aroma de la noche y tu corazón te lo dirá, respondió su abuelita con una sonrisa de satisfacción.
El niño empezó a cantarle a la lluvia, a las nubes y a la tierra. Su pequeño ejército de árboles creció hasta tocar las nubes, que poco a poco iban alejándose para dar paso a la profundidad de una noche oscura. Cada vez, el niño cantaba más y más fuerte. Los árboles presentaban un verdor distinto y un aroma que atrajo a todos los pobladores a la plaza. La lluvia había desaparecido junto con las nubes y el manto de lo noche empezó a envolver a los pobladores con una sensación de cálida serenidad.
—¡Miren, las estrellas están brillando nuevamente!, gritó la anciana. ¡La luna!...¡la luna!...¡Está cantando nuevamente!
Nadie podía creer lo que estaba pasando ante sus ojos. Todo lo que sus antepasados les habían transmitido de generación en generación estaba ocurriendo frente a ellos. El niño dejó de cantar y empezó a dar saltos por toda la plaza.
—Gracias, Madre…gracias por volver, susurró la anciana en el momento que una estrella fugaz recorría el firmamento para perderse en esa región inhóspita de la luna que tiene forma de conejo.